miércoles, 23 de diciembre de 2009

RECORDANDO A CARL SAGAN


La ciencia: una vela en la oscuridad que alumbra el camino hacia la libertad (Carl Sagan)

El 20 de diciembre de 1996 se apagaba la vida, aunque no el recuerdo ni la obra, de Carl Sagan, una de las personas que más ha hecho en nuestros tiempos para que la ciencia llegue al público en general.

Más que de la ciencia, Sagan hablaba y escribía sobre el método científico y la actitud, mezcla de maravilla y prudencia, que todo aquel que desee aprender sobre las cosas debe preservar. A esa actitud la llamamos escepticismo, palabra que en nuestra sociedad, crédula y ansiosa de soluciones fáciles, se ha convertido casi en un insulto. Es un escéptico, dicen a nuestro alrededor, aquél que no tiene fe, que quiere destruir los misterios y los enigmas que dan sabor y significado a la vida, que duda y cuestiona y no deja ser felices a los demás con su actitud inquisitiva.

Sagan fue uno de los que claramente demostró que el escepticismo no es una mera negación, sino el simple paso a la acción de la integridad intelectual y del respeto a la verdad. Un misterio que puede ser develado, por definición, no es un gran misterio; un mito que requiere fe para ser creído y que no resiste el choque con la verdad objetiva no es un mito por el que valga la pena sacrificarse o lamentarse. La ignorancia complaciente no puede ser una virtud, y la aceptación acrítica de las tradiciones y de las palabras de las autoridades no conduce a una sociedad deseable o a una vida plena.

Sagan, efusivo al hablar de las maravillosas cosas que la ciencia nos ha revelado sobre el universo del que formamos parte, era igualmente enfático al poner límites a la especulación. Para él, como para muchos que nos llamamos orgullosamente escépticos, es cuestión de puro respeto rehusarnos a creer que las leyes del mundo van a hacer excepciones en nuestro beneficio, o que hay personas que poseen una verdad superior; más aún, es cuestión de honestidad para con nosotros mismos y con los demás afirmar estas ideas, aunque no sean bienvenidas.

Hoy en día, con excepciones puntuales, asistimos a una proliferación de cultos que mezclan elementos religiosos y supersticiones tradicionales con nuevos mitos, o mitos reciclados, refundidos y distorsionados, que reciben aprobación tácita o explícita de intelectuales, periodistas y líderes políticos, y hasta toman indebidamente un lugar junto a las ciencias. Se nos dice que son alternativas a un modelo científico dogmático y materialista. Estas pseudociencias a veces son simples engaños destinados a hacer dinero, pero otras veces llevan a sus seguidores a grandes sufrimientos o a la muerte. Las pseudociencias, en el mejor de los casos, alejan a la gente de la verdad, del esplendor y de esa magia terrenal y auténtica de la física y la biología, de la cosmología, de la astronomía, y hacen ver a sus adherentes como ridículos o tontos; en el peor de los casos, explotan a los débiles, a los enfermos, a los que se sienten vulnerables, alejándolos de la oportunidad de curarse o de darle una base firme a sus vidas. Astrología, numerología, ufología, regresión hipnótica, homeopatía, medicina tradicional china, espiritismo, grafología, parapsicología, quiropráctica… la lista es tan interminable como la capacidad humana para inventar y creerse (o hacer creer a los demás) ideas que no tienen comprobación posible o que ya han sido probadas falsas.

En este día, aniversario de la muerte de aquel gran luchador contra las pseudociencias y los falsos misterios, invito al lector a pensar en qué cosas cree sin saber si son verdad, o incluso sabiendo que no lo son, y pasar esta pregunta a quienes lo rodean. De nada sirve lamentarse por la credulidad de los demás si no hacemos nada por combatirla, como Carl Sagan hizo mientras pudo.

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