miércoles, 7 de abril de 2010

PAGANISMO EN LA SEMANA SANTA

Paganismo en la Semana Santa

Los huevos de Pascua, los conejos, los juegos en los que los niños buscan golosinas escondidas o las fogatas han sido formas paralelas de evocar la Resurrección de Jesús, pero sus orígenes paganos se deben a las antiguas civilizaciones que consagraban la llegada de la primavera.

POR BRENDA MARTÍNEZ Guatemala

Según la Enciclopedia Católica, “numerosas costumbres paganas destinadas a dar la bienvenida a la primavera se fundieron en la fiesta de Pascua” como el huevo, símbolo de vida y germinación en la cultura griega y romana, en la mitología del norte de Europa o en China; o el conejo, símbolo de fecundidad en el antiguo Egipto.

“La Iglesia —de acuerdo con la Enciclopedia de la Religión— no se opuso al huevo de Pascua porque aportaba un símbolo poderoso de la resurrección y de la transformación de la vida en muerte”.

En la Edad Media se extendió la costumbre de regalar huevos por Pascua, y para que fueran más preciados, se decoraban al pintarlos o incluso en las cortes europeas se bañaban en oro.

Los fuegos que se encendían en las fiestas paganas para espantar a los espíritus del invierno se asemejan a los de las celebraciones de la vigilia pascual, que simbolizan la luz de la Resurrección.

En Irlanda, San Patricio introdujo esa práctica, con el fin de sustituir la costumbre de los druidas, de encender hogueras en honor a la primavera, por el símbolo del fuego religioso y cristiano, en honor a Cristo.

El conejo no tiene en cambio ninguna conexión con la Pascua, pese a lo cual se ha convertido en los países anglosajones y del centro y norte de Europa en un personaje similar al de Santa Claus.

La simbología del conejo posee un alto contenido pagano al representar la fertilidad, debido a que es un animal capaz de dar a luz hasta 20 crías al año.

Origen de la “Pascua”

En inglés y en alemán el nombre que se da a la Pascua tiene también orígenes paganos.

Easter, en inglés, viene según Beda, el Venerable, —un erudito monje inglés del siglo VIII—, de Eastre, la diosa anglosajona de la primavera y la fecundidad, que a su vez sería la versión europea de Ishtar —también conocida como Astarte—, diosa babilonia de similares atributos.

En Europa, ese festival era dedicado al equinoccio de la primavera, el 21 de marzo, en el que se celebraba el fin del frío y la oscuridad, y la vuelta a la vida después del invierno.

En Babilonia se creía en una vieja fábula acerca de un huevo de gran tamaño que supuestamente había caído desde el cielo al río Éufrates. De ese huevo extraterrestre —de acuerdo con la historia— fue engendrada Ishtar.

Ostern, el nombre alemán, tendría el mismo origen —derivado de la antigua divinidad de la primavera llamada Ostara—, aunque también se relaciona con la palabra Osten (este), el levante de donde viene la luz del renacimiento primaveral. De ahí se desprende que los huevos de Pascua se pinten como rayos del Sol que renace.

En las culturas griega y latina había también diosas, como la de la tierra, Cibeles, que se festejaban en estas fechas.

La cuarentena —período de 40 días en los cuales los católicos se abstienen de comer carne— es básicamente el ritual pagano dedicado a los 40 días de duelo por la muerte del esposo de Ishtar, Tamuz, que culminaba con la conmemoración de su resurrección, precisamente el domingo después de la primera luna llena que sigue al equinoccio de primavera.

En español, Pascua se deriva de la palabra Pesach, nombre hebreo para las pascuas, una festividad judía que dura entre siete u ocho días, en recuerdo del éxodo y la libertad del pueblo judío que escapó del dominio egipcio en tiempos de Moisés (1513 a. C.).

La cercanía entre ambas comunidades debió de fomentar que muchas iglesias cristianas consideraran la Pascua judía como la fecha idónea para rememorar la Muerte y Resurrección de Jesús.

Por tanto, la conmemoración de la Semana Santa como tal se estableció en el Primer Concilio de Nicea, en el 325 d. C. Con ese decreto, la Iglesia quiso poner término a los ritos paganos, al transformarlos en actos de fe cristianos.

En el proceso de evangelización —como ha ocurrido durante la historia de la Iglesia—, en lugar de intentar suprimir los ritos paganos populares establecidos, era más fácil adjudicar a esas festividades una nueva interpretación cristiana, al conservar costumbres y símbolos asociados al día de fiesta.

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